A Cachita y Erasmo
Nunca podría olvidar lo aprendido en el período de vacaciones con mis abuelos. Mi abuelo materno era muy letrado, con él conocí como se busca en un diccionario, cuáles es la diferencia entre un buen libro y una novelita rosa, o que fuerzas politizan el proceso de desarrollo del ser humano.
Abuela era más de la tierra. Era la tierra misma. Junto a sus manos, las mías se sorprendieron sembrando el maní, para luego cosecharlo nosotros mismo. De allí es mi gusto por este tubérculo, así, recién cosechado. Me enseñó de los cantos de los pájaros, a injertar diversas plantas, a conocerlas, a saber en que tierra se desarrollan mejor y cuándo es el período de parición. Se dedicaba a explicarnos las cualidades curativas de cada planta. Los vecinos llegaban a su casa para curar disímiles enfermedades, abuela dejaba lo que estaba haciendo e iba, a cualquier hora ayudar al necesitado, siempre encontraba la cura, nunca pidió nada a cambio, así nos daba clases de sencillez y honradez. Los dos meses de vacaciones en el período de los estudios primarios y secundarios, estar en la casa de mis abuelos maternos era un privilegio, parte de mi educación hacia la vida, se lo debo a ellos.
Aprendí a amar lo que con tu esfuerzo logras y a respetar lo que nos da frutos para vivir. Nunca olvidaría el día que le escondimos el azadón a abuela, ya tenía más de 70 años y sus manos, no eran las mismas, pero ella se empeñaba en cosechar la vida para poder vivirla. Aún no tengo hijos, pero, espero que la vida me de la oportunidad de ser una gran abuela, y acercar a mis nietos, como lo hicieron mis abuelos, a la tierra y sus frutos.
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