viernes, 8 de octubre de 2010

El Che

A pesar de que muchos intentan acercarlo a las maldades de la vida, comparándolo con criminales o endemoniados hombres, el Che o Ernesto Guevara de la Serna es una figura emblemática para la juventud latinoamérica y del resto del mundo. El por qué, o mejor dicho, los por qué son diversos. Quizás el acercamiento a un héroe que bajado de su pedestal nos da lecciones de humildad y humanismo puede ser uno de los motivos. Hoy comparto algunas de las anécdotas que he recopilado por algunos años. Vivencias de un hombre que llevaba como estrella la solidaridad mundial y la honestidad.

El viejito de la bicicleta
Mariano Rodríguez cuenta en el libro Con la Adarga al Brazo que un día salían de Fomento en el Chevrolet del Che y este iba manejando, pero aparece en la carretera un viejito manejando una bicicleta que llevaba en la parrilla una guataca con el cabo apuntando para la vía. El Che no ve el cabo de la azada y al cruzar toca con el guardafango derecho el palo y lanza al viejito y la bicicleta a la cuneta. Automáticamente detiene el auto y se preocupa por la salud del anciano, quien está sentado mirando los golpes que se ha dado su bicicleta. Llega el Che y le pregunta: ¿Se ha dado algún golpe? ¿Le ha pasado algo? Levanta la cabeza el viejito y cuando reconoce que era el Che le dice: - ¿Pero fue usted quien me arrolló? Sí, por desgracia. Y el viejito decía: “¡Qué desgracia de qué! ¡Qué suerte tengo yo, que usted me haya arrollado! ¡Usted sabe lo que es que yo le diga a mi familia que usted me arrolló! ¡Qué suerte tengo yo de haber salido hoy…! ¡Si no salgo hoy usted no me arrolla! ¡Qué clase de suerte tengo yo!”
El Che sonriente exclama: “Todavía este hombre me da un beso por haberlo arrollado…” Le dice al viejito: “Déme acá su bicicleta para mandársela a arreglar”. Pero el viejito argumenta “¿Arreglar? ¡No! ¡Qué va! Esta bicicleta yo no la arreglo ya nunca más, esta bicicleta la guardo para enseñarla a mi familia del día que tuve la suerte de conocer a Che Guevara…” De todos modos el Che le envió posteriormente una bicicleta.

La exigencia.
Era exigente en el cumplimiento de los horarios y como ejemplo puede recordarse que cierto día concertó una partida de ajedrez con el maestro internacional José Luis Barreras, directivo del juego ciencia. Barrera llegó algunos minutos pasada la hora. Después del saludo conversaron sobre varios temas y cuando su interlocutor le preguntó: ¿Cuándo comenzamos a jugar?, recibió una respuesta tajante: “Oiga, la disciplina es fundamental en la vida. Acordamos a las nueve de la noche y usted llegó después, por lo tanto, hoy no jugaremos”.

Un ejemplo de humildad.
El Che tenía una gran humildad, dijo Salvador Vilaseca. Cuando fue nombrado Presidente del Banco, llamó a un amigo para que fuera a trabajar con él en un cargo de importancia de esa institución. El amigo asustado por la responsabilidad que el cargo significado, le objetó no creía tener condiciones para desempeñarlo, puesto que no sabía nada de banca, a lo que el Che le contestó: “Yo tampoco sé nada de eso y estoy de presidente”. Con esta respuesta dio dos lecciones al amigo, una de humildad y otra del deber que tiene todo revolucionario de ocupar puestos que la Revolución le asigne.

La tatagüita.
Este cuento fue durante una reunión en Pinar del Río, allí había varios compañeros y sucede que le tocaron su punto débil. Este punto débil es que se dudara de su calidad como piloto. Y resulta que salimos de allí y nos dirigimos al aeropuerto; en el camino, Che invita a algunos compañeros para que fueran con nosotros en nuestra tatagüita, para mostrársela. Y el compañero Carlos Rafael Rodríguez dice: “No, Che, nosotros nos vamos a ir en el otro avión, el grande, porque lo que pasa es que estamos muy apurados... otro día que tengamos más tiempo pues vamos contigo, y probamos tú avión pero hoy tenemos prisa”.
Bueno, él se sube al avión nuestro, se sienta y me dice: Eliseo, me han dicho que la tatagüita no corre, que están muy apurados… ¡Me gustaría llegar primero! Y yo, bueno, Comandante lo que pasa es que el avión de ellos es más poderoso; y, además, tiene salida primero que el nuestro, como nosotros no podemos entrar en pista antes que ellos estén en el aire, todo eso… Pero él: bueno sí, pero de todos modos vamos a ver si hacemos algo. Y cogió el control, entró en pista y despegó con “viento de cola”, o sea, para no tener que llegar hasta el extremo de la pista y despegar con dirección a La Habana, despegó con dirección a Pinar del Río, giró rápidamente y trató de colocarse debajo del otro avión, que era un IL-14. Como el IL-14 no sabía las intenciones del Che iba a su marcha normal, mientras que nosotros lo hacíamos a todo lo que daba nuestro Cesna. Y llegamos a Ciudad Libertad. Y allí esperamos a oír por dónde se iba a tirar el IL- 14. Este pidió pista para aterrizar por la cuatro, y nosotros pedimos hacerlo por la ocho. ¡Naturalmente, la cuatro era más grande, se extiende hasta casi los límites del antiguo colegio de Belén, mientras que por la ocho nosotros llegamos enseguida a la rampa y nos apeamos! Con la misma vamos hacia donde están los compañeros del aeropuerto que llevaban la escalerilla al IL-14 y el Che se la pide a ellos. Coge tú por allí, me dice y seguimos empujando entre los dos la escalera. Bueno, la ponemos contra el avión grande y cuando abren la puerta asoma en ella Carlos Rafael, ve al Che y se vira, algo sorprendido, y dice: “¿Eh? ¡Che!” Y el Comandante, jocoso, le dice: Como me dijeron que están muy apurados vine corriendo a traerles la escalera…

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